Vivimos en guerra. De guerra en guerra van pasando los años, las generaciones. Y la indiferencia nos invade; fantasma que comienza merodeándonos en la juventud y termina instalado en nuestras mentes, apropiado de las respuestas, mejor dicho, de las no-respuestas; porque la indiferencia es una no-emoción; muerte cerebral del asombro, la compasión y la indignación.
"Si en el decurso de los largos juegos el Sur humilla al Norte, el hoy gravitará sobre el ayer y los hombres de Lee serán vencedores en Gettysburg en los primeros días de julio de 1863 y la mano de Donne podrá dar fin a su poema sobre las transmigraciones de un alma y el viejo hidalgo Alonso Quijano conocerá el amor de Dulcinea y los ocho mil sajones de Hastings derrotarán a los normandos, como antes derrotaron a los noruegos, y Pitágoras no reconocerá en un pórtico de Argos el escudo que usó cuando era Euforbo."
Borges.
La guerra marca la historia. Da al mundo su fisonomía. Un rostro surcado por el horror y la decadencia.
“A lo sonoro llega la muerte"
como un zapato sin pie, como un traje sin hombre,
llega a golpear con un anillo sin piedra y sin dedo,
llega a gritar sin boca, sin lengua, sin garganta.
Neruda.
¿qué mal ha hecho el guerrero que pierde la vida? ¿por qué ha de padecer, sin ser culpable, las penas que otros merecen, habiendo ofrecido siempre gratos presentes a los dioses que habitan el anchuroso cielo?
Oídos sordos al clamor de los pueblos. Indiferencia, discursos altisonantes, palabrería envuelta en oropel.
La paz viene a nosotros como un remanso en medio de la tempestad.
En la paz los ojos miran el camino libre y los corazones vibran a la par que la naturaleza.
Es la paz la que nos permite volver los ojos al otro, y en él, encontrarnos a nosotros mismos.
Gracias, Nidia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario