-La vida te madura, hijo. Un día despiertas renegando del sol, y al siguiente con sus caricias; un día la lluvia te pesa en los hombros y acentúa tu mísera suerte, al siguiente te refresca y con su fluir se lleva el mal humor que antes te caracterizaba; un día el sol se oculta y te lamentas de las cosas que no te permitió concluir, otro, se oculta y desearías que el espectáculo durara para siempre; Un día...
Sin concluir su historia, el abuelo se había quedado profundamente dormido. Sólo estábamos él y yo en la casa, y ahora, un silencio fortuito y penetrante me acechaba. El abuelo me había contado esa historia del sol y la lluvia una vez al mes durante casi los 11 años de mi existencia. Siempre veía con anhelo el momento en el que se quedara dormido para ir a jugar con sus pistolas que, según él, databan de la época de la revolución, lo que dudaba considerablemente ya que en la clase de historia la maestra Hilda nos acababa de hacer repetir 150 veces (sin trampas ni escaleritas) la fecha exacta de este acontecimiento así como su principal héroe, sucede que no recuerdo ahorita el nombre, pero la fecha si, y si bien el abuelo es canoso, bigotón, aburrido, dormilón y pelón; no creo que esté taaaaan viejo.
En fin, esta vez no jugué con sus pistolas, en cambio me quedé sentado pensando un poco en la historia que tan bien conocía. Me imaginé dormido en un cuarta blanco, muy blanco, en una cama más blanca. Una señorita parecida a la que alguna vez fue mi nana me trae el desayuno a la cama en una bandeja muy bonita y abre las cortinas (blancas). Aún dormido, una sonrisa se dibuja en mi cara y poco a poco abro los ojos gentilmente. Qué bonito era este pensamiento, sin embargo la realidad es un poco distinta... Todos los días mi mamá toca escandalosamente la puerta de mi habitación alegando lo tarde que es y abre las cortinas bruscamente, sí, pensaron bien, el desayuno no está en una bandeja, está en la cocina, y yo, malhumorado por lo sucedido, bajo a comer con cara de pocos amigos.
Ahora me veo saliendo de trabajar, con un bombín, un portafolios, y un traje muy elegante. Súbitamente el cielo se nubla y comienza a caer la tormenta. Una risa me invade, incontrolable, nunca antes sentida, y aviento al infinito mi portafolios y empiezo a correr sin rumbo... En la vida diaria, por lo regular, cuando llueve se me mojan las calcetas, mi papá me regaña, y me da fiebre.
¡Qué cosas! Nada en la historia del abuelo se había vuelto realidad, y su "un día" permanecía en el futuro. No obstante la historia que ayer me había aburrido, hoy me daba mucho en que pensar...
-¡Eso es algo! ¿no abuelo? -le digo sacudiéndole el hombro, olvidando que estaba dormido. Abre los ojos un poco mareado y dice que si, por inercia, volviéndolos a cerrar segundos después.