domingo, marzo 20, 2011

Para Caronte.



Ella me miraba. De cerca. Estaba de pie, mirándome hacia abajo; y el sol difuminaba gentilmente su rostro. Su cabello destellaba al contacto con el astro mayor. Era inminente, supongo. La gente se harta de que la miren como si la conocieran; de que la miran como si la amasen.

Sus ojos rígidos no me quitaban la mirada de encima.

Dicen que todos llevamos nuestra biografía en la cara, cambia día con día, y sin embargo es exacta en todo momento. Esta no era la excepción.

Mi mirada logró por fin penetrar en la suya. La vi desnuda, a través de sus propios ojos, la vi nacer y envejecer. Y al final, mi mano abrazó una moneda en la suya. Para Caronte, le dije, una moneda para el barquero. Todo ocurrió en una fracción de segundo, y sus ojos fijos, permanecieron impasibles, hasta el final.

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