me abordas nerviosa, inquieta.
Soy el último que saludas, como siempre.
No por que importe menos,
sino para que el pendiente,
no apresure nuestro reencuentro.
Ese saludo que invariablemente
dice algo diferente cada vez.
Un gesto, una cara, dicen más
que todo lo que jamás sabré.
Y comienzas a hablar,
y te escucho al principio.
No mucho, sólo lo justo
para dejar de hacerlo.
Nada me importa,
podrías estar diciendo
las cosas más falsas,
las más ruines,
y no me importaría.
Porque como sabes, soy idiota,
y atesoro el momento.
Sólo sé ver lo bella que eres,
lo linda que te miras en ese vestido negro.
Lo hermosa que apareces cuando mientes.
De lo demás me preocuparé mañana.
Llorar, o reír de vergüenza, eso después.
El dolor puede esperar.
Hoy y aquí, somos eternidad.
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