El aeropuerto estaba sereno como nunca lo había conocido. Me traía a este lugar la necesidad de recoger mi pasaporte, requerido para emprender el vuelo que sentía cada vez más cercano. En fin... ahora lo tenía. Pensaba en lo fácil que había sido al comenzar el regreso a casa, sin imaginar lo que me esperaba.
Todo comienza cuando, mientras caminaba por la calle, una camioneta negra se detuvo a mi lado; un transporte desconocido, un atajo a mi destino. Al bajar el vidrio vi un rostro realmente hermoso, de mujer por supuesto. Rápidamente: cabello negro, lacio; ojos redondos y saltones, cafés como los míos; facciones finas y una presencia realmente sofisticada. Deberías ser muy estúpido para aceptar un aventón de un perfecto desconocido, pero doblemente estúpido si el perfecto desconocido es la belleza personificada. Acepté.
Se ofreció a llevarme hasta la escuela, a lo que accedí sin reparo. Estudiaba turismo, sexto semestre y estaba haciendo sus prácticas en el aeropuerto. Menuda casualidad: sin ser una experta en viajes, definitivamente sabía más que yo, que desconocía las tres preguntas básicas: A donde, cuándo y porqué. Aparentaba conocerme, lo que yo por supuesto sabía imposible. Todo siguió con una familiaridad inexplicable, como si la chica se dedicara a recoger gente y hacerla sentir cómoda mientras la llevaba de un lado a otro.
Al llegar a la escuela me percaté de que algo no encajaba, o que no podía encajar mejor. Me encontraba en la primaria, mi primaria. Raro, pues no dudaba que era el lugar a donde iba. Esta joven casi licenciada me había conectado con mi pasado, justo antes de emprender el vuelo. Hay ciertas cosas que nunca olvidas y siempre añoras, ser libre, ser niño, una de ellas. El lugar era gris, cemento y piedra; me sentía como en casa.
Caminando un poco me encontré con mi buena, buenísima amiga Alma. Mi guía turística me acompañaba, y resultaron grandes conocidas. Era de suponerse: alguna vez modelaron juntas, aunque esta etapa parecía ser sólo un recuerdo para mi casi licenciada. Alma no dudó en invitarnos a su cuarto, arriba en la escuela. Subí esas escaleras en las que tantas veces me tropecé y vinimos a dar a un lugar de lo más extraño: Pequeñísimo, paredes rosa mexicano, y una angosta cama de un verde opaco; jamás había visto tanto erotismo entre cuatro paredes.
¿Que hacía el cuarto más lúgubre y erótico jamás conocido arriba de una escuela, de mi escuela primaria?
Alma y ella parecían divertirse en grande, se sacaban fotografías y reían al verlas, mientras yo las observaba con cierto placer sentado en un pequeño sillón, hasta que recordó que tenía que estar de vuelta en el aeropuerto dentro de poco tiempo. Me pidió que la acompañará, acepté amablemente. Quizá era hora de que mi vuelo saliera.
Una vez en el aeropuerto pude distinguir por su vestuario a sus compañeros de prácticas, y entre ellos, una amiga mía que me saludó emocionada, con esto me distraje y la perdí de vista, supuse que había comenzado sus labores escolares. Subí a tomar algo a la cafetería, y me encontré con varios amigos, buenos amigos. Atrás de mi pude ver a un sujeto gordo, alto y malandrín. Procuré no prestarle atención. En medio de mis conversaciones el tipo me aventó una tapadera de whiskey Jack Daniels, lo ignoré las primeras 7 veces, sin embargo me sacó de mis casillas y lo amenacé, acto seguido rió y se me abalanzó. Mis amigos intentaron ayudarme pero no fueron suficiente, nos apaleaba a todos con relativa facilidad. En el forcejeo con un amigo pude divisar que el malandrín tenía un revolver, no pude preocuparme pues inmediatamente cayó este amigo por la ventana.
Corrí a socorrerlo. Oí un disparo pero no me alarmé. Afortunadamente quedó mi amigo colgando de un balcón. Después de un rato logré subirlo, y en ese momento pasó un piloto, con un bigote canoso cojeando y gritando "¡Ese pinche loco mi disparó!". Sin embargo se veía bien, puesto de que caminaba y parecía decidido a emprender su vuelo.
Comprendí que ese pinche loco no me detendría. Faltaba poco para que saliera mi vuelo. En realidad no les se decir a donde, ni cuando. No busqué a la muchacha, pues sabía que cuando necesitara un guía, me ofrecería un sensual aventón. Y que cuando el malandrín intentara dominarme, mi paciencia, mi inteligencia, mi astucia; mis amigos, serían más grandes.
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