El buen humor y aparente gusto por el trabajo del conductor, ayudó a sofocar un poco el sentimiento de incomprensión y rencor hacia el aumento del gobierno en el pasaje mínimo de la combi. Subí adelante, más por comodidad que por otra cosa, con destino a mi casa.
Una vez en mi casa, la quietud y silencio de ésta me hizo recordar que toda la familia estaba en sus asuntos, por un lado mi mamá estaba haciendo acto de presencia en una comida, mi papá, trabajando como siempre, y mi hermano... abriendo el cadáver de algún vagabundo, o limpiando alguna infección en un señor despistado que se accidentó, bueno, me entienden.
Por mi parte yo, el más irresponsable de la familia (no porque carezca de éste sentido, sino porque carezco de las mismas), me encuentro semidesnudo en el sofá de la sala, buscando palabras bonitas y blandas para relatar el pésimo día que tuve hoy.
La prisa de la gente en la casa me irritó un poco mas que de costumbre, esto sumado a mi estado somnoliento a estas tempranas horas de la mañana ocasionó en mi un estado temporal de amnesia que me hizo olvidar algunas cosas que requeriría para mi día. Nada de vida o muerte, por suerte. Sin embargo esta extraña y molesta sensación me comenzaba a invadir.
Siguió el transcurso el día, ajetreado como todo viernes escolar, y mi estado anímico-mental estaba en una faceta que decaía con cada minuto que pasaba, sin saber con precisión el porqué, era simplemente un vacío repentino, y un sentimiento de no-identificación con el mundo que estaba pisando.
Durante el laboratorio de biología, en donde Winfield día con día hace de las suyas, noté un poco cabizbaja a esta tierna y cachetona adolescente de nombre Dalia, al sentirme egoistamente identificado con su estado, decidí preguntarle que le ocurría, a lo que contestó, juntando fuerzas para poder articular toda la oración, que su abuela estaba enferma, que padecía osteoporosis y llegaba al grado al que no podía moverse. Sus ojos se nublaron junto con los míos en una transmisión de pena instantánea.
Lo anterior me deprimió aún mas. Tenía la guardia baja, y vulnerable a la pena, hice de la suya mía. Solo una cosa era mas triste que la pena en sí: el hecho de que yo desconocía los orígenes de la misma.
No resistí mas, me escapé de la maestra de química, que ganas me faltaban muchas de verla, y decidí ocupar ese tiempo para relajarme un poco, me dirigí a un lugar discreto y comencé a tranquilizarme. Muchas cosas pasaban por mi cabeza en ese momento, sin embargo, a ninguna de las mismas podía adjudicar las sensaciones de las que era víctima en ese instante, nada coherente, nada como lo que le sucedía a mi amiga, solo tonterías pasaban por mi mente, tonterías sin importancia alguna, lo que me confundía y desgastaba mas y mas.
Me dispuse a leer un fragmento de las aventuras de Harry Heller, donde conoce a alguien que cautiva su atención y consigue hacerlo olvidar sus penas, por un instante, para después recuperarlas y recapacitar un poco. En realidad no comprendo como esto pudo ayudarme, pero lo hizo, quizá esta lecturita fue la mujer que robó mi atención por un instante, interrumpido por una semilla arrojada a mi cabeza por un compañero, para recordarme que era hora de continuar con el día.
Agradecería que esto pasara mas seguido, la gente suele olvidar todo lo que hay por delante, estancándose en algún punto, ya sea por miedo o por conformismo.
La mala racha continuó, sin dejarme hacer algo para detenerla, sin embargo mentiría si dijera que nada hubo bueno en este no-tan-buen-día, hay un pensamiento que siempre me anima, que si a algo no le ves sentido, no es porque sea malo, sino porque no lo has comprendido.
Las cosas que aparentan ser las mas simples, son siempre las mas complicadas. Hay muchas cosas en mi vida que aún no logro controlar, ni comprender. Pero siempre habrá otras que nunca dejaré de valorar.
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